La luna, las estrellas, naturaleza y cosquillas (F/M, M/F)
Allá por el año 2011 yo me veía a menudo con una chica tres años mayor que yo. Ella tenía entonces 26, era morena, pelo ondulado muy corto, casi "a lo chico", ojos marrones, peso y estatura medios, una preciosa sonrisa ancha que dejaba ver sus encías y los hoyuelos de sus mejillas y una simpatía que deslumbraba a todos el mundo. Nos empezamos a liar una noche de fiesta en la que hubo algún jueguito haciéndonos cosquillas en la cintura y desde entonces quedábamos mucho. La llamaremos Annie.
Una noche de agosto, después de cenar, me propuso ir a un río a bañarnos. Ella tenía toallas en el coche y se rió contándome que había "olvidado" traer bañador. Condujo ella, pues yo todavía no tenía carnet. La carretera era oscura, de dos direcciones y llena de pronunciadas curvas. Durante el trayecto, ella me hizo cosquillas en los costados en un par de ocasiones, pues le hacía mucha gracia mi reacción, a lo que yo le respondí que se estaba aprovechando porque yo no le podía hacer cosquillas, ya que estaba conduciendo y podíamos tener un accidente. Annie me respondió algo así como que ella resistiría más que yo. Ella solía decirme que aguantaba muy bien las cosquillas y en ocasiones me retaba a que se las encontrara. Lo cierto es que aguantaba hasta cierto punto, y desde luego, mucho mejor que yo, pero como veréis en seguida, tampoco era demasiado difícil encontrar los puntos que la hacían retorcerse de risa.
A día de hoy, todavía no tengo idea de a qué lugar fuimos exactamente, aunque me hago una idea de la zona. Cuando llegamos a un entrador donde aparcar, me llevó por una vereda estrecha que alumbramos con las linternas de los móviles y llegamos a lo que parecía una pequeña playeta de tierra a la orilla del río. La noche era oscura, sin luna llena. Extendimos las toallas, dejamos nuestras cosas y rápidamente me hizo quitarme la ropa. Ella también se la quitó y nos metimos en el agua, que estaba helada para esa época del año. Yo no soporto el agua fría, pero la ocasión merecía todo el valor del que pudiera hacer alarde. Annie nadaba de espaldas, reía y chapoteaba mientras yo temblaba de forma ridícula, hasta que ella se apiadó de mí y vino a abrazarme. Su cuerpo desnudo se apretó contra el mío y empezó a frotarme los brazos con sus manos. Sus pequeños pero perfectos pechos se aplastaron contra el mío y, a pesar del frío y la piel de gallina, empecé a excitarme mucho. Mi cuerpo empezó a templarse un poco y su rostro empapado se acercó al mío para empezar a besarme de forma apasionada. Las piernas de Annie se entrelazaron en mi cintura y sus brazos en mi espalda, por encima de los hombros. Recuerdo a la perfección el tacto de sus suaves talones en mi espalda baja y las cosquillas que provocaban sus duros pezones en mi pecho. Mi pene empezó a crecer y ella, al notarlo, me preguntó si quería que saliéramos para estar más cómodos. Aunque ella ya lo estaba, supongo que pensó que yo estaría mejor en la superficie.
Caímos de un salto sobre la toalla, ella sobre mí, y empezamos a hacer el amor con el fluir del agua de fondo y la única distracción del sonido de algún que otro animal nocturno que no logró desconcentrarnos. Yo arañaba su espalda y ella besaba mi cuello alternando algún lengüetazo y provocando que me excitara todavía más. Así estuvimos un buen rato, dando alguna vuelta de campana que nos sacó de la toalla y disfrutando de nuestros cuerpos ya prácticamente secos.
Tengo que decir que, aunque en la mayoría de mis encuentros sexuales las cosquillas han sido un estupendo preliminar, le veo una gran ventaja a las cosquillas post coito. Las cosquillas antes del sexo hacen que esté más excitado y que, generalmente, termine antes que la chica. En cambio, las cosquillas después del sexo, cuando el cuerpo está sensible y relajado, resultan muy excitantes y me proporcionan el combustible necesario para un segundo asalto. Aunque esa noche no lo hicimos por segunda vez, sí que disfruté de una estupenda sesión de cosquillas post coital.
Ambos quedamos relajados, tumbados uno al lado del otro. Ella estaba a mi derecha y su brazo izquierdo, que usaba como almohada, dejaba su depilada axila justo al lado de mi cara. Yo acerqué mi boca y empecé a soplarle suavemente en la axila. Ella, al notarlo, empezó a reír con una suave y deliciosa carcajada pero no hizo nada para protegerse.
- Luego dices que aguantas muy bien las cosquillas - le dije.
- Mejor que tú.
- Ya lo veo, ya.
- Hazme y verás.
Me encantaba sacar el tema con ella porque no era la primera vez que me ofrecía hacerle cosquillas. Otras chicas lo han hecho algunas veces, pero porque no tenían nada de cosquillas y querían demostrarlo, pero ella sí tenía. No parecía tener un fetiche, pero tampoco me pareció nunca que le molestara y eso me ofrecía cierta libertad para jugar con ella.
Seguíamos completamente desnudos. Yo me puse encima de ella, que seguía tumbada boca arriba. En cuanto posé mis manos en sus costillas, bajó los brazos de golpe y empezó a reír con una carcajada nerviosa.
- Uy, qué aguante tieneees.
- Tío, es que justo ahí...
- Voy a ver en los pies.
- En los pies sí las aguanto - dijo.
Quedamos tumbados de modo que sus pies estaban a la altura de mi cara y los míos más o menos a la altura de la de ella, quizá un poco más, porque yo era más alto. Sus pies eran largos, de dedos finos aunque las plantas eran un poco anchas, pues tenía los pies algo planos, con poco arco. Las plantas eran suaves, con la piel muy pálida y fina.
Empecé a recorrer mis dedos por ellas, acariciándolas suavemente con ambas manos. Ella no movió los pies ni emitió ningún sonido, pero pude notar que se estaba riendo por el movimiento de su pecho. El tacto de sus plantas me volvía loco, de pronto ya tenía una erección que era incapaz de disimular, porque no llevaba ropa, pero no me importaba en absoluto. Ante la insistencia de mis caricias, de vez en cuando, sus pies sufrían ligeros espasmos, pero ella se resistía a reír en voz alta.
- Tía, en los pies sí que tienes aguante.
- No te creas, que me está costando.
- Pues yo ya estaría muerto de risa.
De pronto noté su dedo índice en la planta de uno de mis pies y éste dio un salto involuntario. Ahora sí que estaba en la gloria, acariciando unos pies que me volvían loco y recibiendo caricias en los míos. Los finos dedos de Annie empezaron a recorrer las plantas de mis pies muy lentamente. Si ya habéis leído otras anécdotas mías, sabréis que soy extremadamente sensible, pero no quería estropear el momento con movimientos exagerados, así que traté de mantener la compostura y alargar así la situación. Aún así, sus caricias me provocaban ligeros e incontrolables espasmos que ella celebraba a con una risita traviesa.
Lo cierto es que ella tenía más aguante que yo, pero eso no impedía que sus pies se estremecieran de vez en cuando con la insistencia de mis suaves caricias, que no quise intensificar demasiado por miedo a que los retirara. Ella alternaba yemas con uñas con delicada suavidad, provocándome unas cosquillas tan intensas y excitantes que la voz me temblaba y mis pies no dejaban de moverse, así que, sin pensar demasiado, le hice una pequeña confesión que casi me salió del alma:
- Oye, pues estoy entre disfrutando y pasándolo mal.
- Jajajajaja. - rió ella, divertida. - Sí, yo también estoy un poco así.
Sigo pensando que Annie no era fetichista, pero disfrutar las cosquillas con ella era tan fácil que, para mí, era como si lo fuera.
- ¿Sabes dónde me hace a mí muchas cosquillas? Aquí.
Y empezó a acariciar mis empeines.
Yo imité sus movimientos y le hice cosquillas en los suyos, provocando que riera con fuerza y moviera los pies arriba y abajo.
- ¿Sabes dónde tengo yo un montón? Aquí. - Y le pasé los dedos por los laterales de las plantas. - Ahí y en el centro del pie.
Ella me hizo lo mismo a mí y empecé a reírme con carcajadas sordas y a retorcerme, luchando por no darle una patada. Entonces ella intensificó sus cosquillas por toda la planta de mis pies. Yo empecé a reír de forma incontrolada. Mi excitación fue tan grande que, sin pensarlo, di un suave mordisco justo en el centro de la planta de uno de sus pies y ella respondió con un sonoro y agudo grito, seguido de una carcajada tan dulce que todavía resuena en mi cabeza.
Annie se incorporó y se abalanzó sobre mí, haciéndome cosquillas en las costillas, lo cual provocó que yo empezara a retorcerme de un lado para otro y a tratar de agarrarle las manos.
- Jajajaja, paraaaa.
Yo le ataqué en la cintura y ella se quedó quieta, mirándome fijamente con los ojos muy abiertos y tratando de contener la risa, como para demostrarme que podía aguantarlas. La suave piel de su cintura era resistente a mis cosquillas, pero no la de sus costillas y axilas, que sucumbieron haciendo que Annie estallara en carcajadas. Entonces a mí se me ocurrió besarla, pero sin retirar mis manos de sus costillas, lo que hizo que no pudiera parar de reírse por los nervios.
Como al día siguiente los dos trabajábamos, tuvimos que vestirnos e irnos cada uno a su casa. Recuerdo que yo llegué a casa muy excitado y con unas ganas tremendas de volverla a ver. Hubo más experoencias con Annie, antes y después de esta, pero ninguna tan larga y excitante como la que os acabo de relatar.
Comentarios
Publicar un comentario