Mi primera gran experiencia, PARTE II (M/F, F/M)
- Chico, creo que me has abierto un mundo nuevo.
- ¿En serio? - Le dije.
- Joder, me ha encantado. ¿Tú ya le habías chupado los pies a alguna chica antes?
- Jajajaja, en la vida. - Le contesté, y ciertamente, no le estaba mintiendo. No lo había hecho hasta entonces. Sí había hecho masajes y cosquillas, pero aquella noche cumplí mi fantasía de adorar unos pies. No tardé en descubrir que esa no sería la única fantasía que iba a cumplir. Yo tenía 25 años y mis experiencias fetichistas podían contarse con los dedos de una mano. Aquella noche hice realidad mi sueño con una mujer mucho mayor que yo, muy simpática y abierta de mente. Había disfrutado sus pies a más no poder, pero había algo que me faltaba. Aunque no me podía quejar, pues durante el concierto habíamos jugado a hacernos cosquillas, cuando tuve sus pies en mis manos por primera vez, decidí no hacerle cosquillas por miedo a que los apartara y terminara ahí la cosa. Pero la noche no había acabado, era pronto y ella parecía dispuesta a que siguieramos charlando. Seguía simpática y con ganas de conversar.
- Me he quedado superrelajada, en serio.
- Por el masaje, ¿no? - Le dije, burlón.
- Jajajajaja, también.
Había pasado un buen rato desde que habíamos tenido sexo y seguíamos tumbados en ese sofá gris que nunca olvidaré, así que aproveché para tratar de volver a tener sus pies en mis manos.
- Cuando quieras te doy otro masaje. - Le dije.
- Ay sí, los que quieras. - Dijo ella riéndose. - ¿Pero a ti te gustan los pies?
No me esperaba la pregunta.
- Los tuyos sí. - Le dije, tratando de no dudar en mi respuesta. Le hizo muchísima gracia y pareció ruborizarse. Habíamos tenido una experiencia fetichista, yo le había dicho que sus pies eran bonitos y se los había chupado, pero aún así, seguía teniendo un reparo inexplicable a declararme abiertamente fetichista, si no es que resultaba ya obvio. Entonces me las ingenié para decirle algo que no resultara demasiado fetichista, pero que abriera el camino hacia otra posible experiencia:
- También puedes darme tú a mí un masajito. Yo no te voy a pedir que me los chupes, jajajaja.
- Jajajaja, oye, pues se me da muy bien, trae y verás.
De nuevo mi corazón latiendo a gran velocidad y de nuevo mi esfuerzo por disimular mi nerviosismo. ¿Se cumpliría otra de mis grandes fantasías en una noche a la que ya no le podía pedir más?
Me indicó que pusiera mis pies en su regazo y me quitó los calcetines. Comenzó con un masaje por la planta, pero en seguida mi pie sufrió un espasmo involuntario. Ella me miró con los ojos muy abiertos y una risa maliciosa.
- Uuuuy, se me olvidaba que tienes cosquillas, jajajajaja.
- Mierda, a mí también. - Le dije, mintiendo. - Pero me voy a portar bien, va.
Entonces cerré los ojos y pegué los labios para contener la risa mientras ella masajeaba mi pie de arriba a abajo.
- No puedes, jajajajaja.
Mis reacciones le hacían mucha gracia.
- Claro que puedo. Yo aguanto muy bien las cosquillas.
Pero era evidente que no era verdad. Lo cierto es que sus dedos, con sus uñas algo largas, me provocaban pequeñas descargas eléctricas de cosquillas, que hacían que mis pies dieran ligeros saltitos, lo que ella celebra a con risillas malévolas.
- A ver si voy a ser mejor masajista que tú.
- No, de eso nada. Eres bueno, pero yo soy mejor. Lo que pasa es que no aguantas nada.
- Claro, como tú no tienes cosquillas en los pies, para ti es muy fácil hablar. - Le dije para tantear su respuesta.
- Sí tengo, eh, que antes ha habido ratitos que me he tenido que aguantar. Lo que pasa es que tú tienes muchas.
- ¿Quieres que averigüemos quién aguanta más?
- Jajajaja, pero si vas a perder.
- ¿Ah sí? ¿Qué me das si aguanto más que tú?
- ¿En serio quieres jugar a eso? Por mí bien, pero te voy a ganar.
- Vale, pero empiezo yo.
Otra vez pensé que era un sueño. ¿Cómo puede ser esto real? ¡Es demasiado! De repente, volvía a tener sus pies en mi regazo y estaba dispuesta a que le hiciera cosquillas. Yo empecé a recorrer sus plantas arrugadas con las yemas de los dedos, suavemente. Ella apretó sus labios igual que había hecho yo, pero luego empezó a relajarse.
- Ay, me gusta.
Parecía acostumbrarse por momentos, pero de vez en cuando movía sus pies de un lado a otro y soltaba una risita aguda cuando recorría sus plantas. Entonces empecé a hacerle cosquillas más fuerte con mis dedos.
- JAJAJAJAJA, vale, vale, vale.
Apartó los pies y me dijo:
- Trae acá.
Yo dudé un poco, o más bien fingí dudar.
- ¿No querías jugar? Pues trae.
Volví a tener mis pies sobre sus rodillas y esta vez era para que me hiciera cosquillas. Empezó a recorrer las uñas por la planta de mis pies, lo hizo muy suavemente pero la sensación fue tan intensa que empecé a patalear y a retorcerme. Ella soltó una sonora carcajada.
- JAJAJAJAJA, HE GANADO.
Yo notaba mis mejillas enrojecidas, la miré fingiendo enfado y me abalancé sobre ella, haciéndole cosquillas en las costillas.
- JAJAJAJA, HOSTIA, AHÍ NO. JAJAJAJAJA.
En seguida ella atacó mis costados y volví a retorcerme. Aunque ella tenía bastantes cosquillas, mis reacciones eran mucho más fuertes y eso parecía gustarle. Así que siguió atacando mis costados y barriga mientras yo trataba de decirle que parara entre risa y risa.
- ¿Te rindes ya? ¿Te rindes ya?
- Me rindo, sí, vale, vale, vale.
Yo tenía la cara completamente roja. Los dos quedamos tumbados en el sofá, desnudos. Nos miramos fijamente y yo empecé a acariciar su espalda.
- ¿Las cosquillas suaves te gustan?
Ella tuvo un escalofrío.
- Ay, sí.
Seguí acariciando su espalda y ella se estiraba, de vez en cuando me acercaba a su costado y ella se estremecía, pero no reía. Entonces me acerqué a la zona de sus costillas y axilas. Ella pegó el brazo a su costado para protegerse.
- No empecemooos. - Dijo riéndose, así que volví a su espalda y costado, que era la zona que me permitía acariciarle.
Yo volvía a estar muy excitado y ella lo había notado. Empezó a acariciarme el hombro con sus uñas, lo que me provocó unas ligeras cosquillas, aunque bastante soportables. Después siguió por la zona alta mi espalda, pero al bajar por ella me empecé a estremecer mucho, ella sonrió al ver que se acercaba a zona peligrosa, pero volvió a subir para no molestarme. Entonces decidí besarla y nuestras lenguas se volvieron a entrelazar.
Primero, una sesión de fetichismo de pies nos había llevado a hacer el amor y ahora lo habían hecho las cosquillas. La noche terminó en un círculo perfecto que jamás olvidaré.
Tras esa noche, volví a hablar con ella varias veces, en ocasiones comentamos la experiencia con los pies, que le había encantado. Lamentablemente, no volví a tener un encuentro con ella, pues al cabo de unas semanas empecé a salir con una chica. Pero aún hoy sigo recordando esa noche con muchísimo cariño. Han sido varias las experiencias que he tenido después, pero para llegar a practicar el fetichismo de una forma tan intensa, siempre ha tenido que ser buscado. He tenido otras experiencias casuales con las cosquillas, pero nunca he vuelto a tener una experiencia casual como aquella.
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