La maldad y las cosquillas no están reñidas (M/F)
En 2016, yo trabajaba en una cafetería. Era una franquicia que había abierto hace poco y no pagaban nada bien. Yo me incorporé poco menos de un mes después de la apertura y no tardé en hacer buenas migas con el resto de la plantilla. Éramos unas 10 personas más los jefes, un matrimonio joven de ascendencia china que solían pasar por el local. Con todos me llevaba bien, excepto con una de las encargadas.
Fani debía tener mi edad, 27 o 28 años en aquella época. Era una chica tosca, seria y bastante autoritaria. Alta, de cuerpo atlético, espalda ancha y piel muy morena, ya que, al menos su madre, era brasileña. Tenía el pelo negro liso y unos preciosos ojos color miel, la mandíbula pronunciada, los labios carnosos y una bonita sonrisa que pocas veces mostraba. Tenía muy poca paciencia, hablaba mal al resto de empleados y no se llevaba bien con casi nadie, a excepción de los dueños del local y algún otro compañero.
Yo tampoco era una excepción, ella fue la que se encargó de formarme el primer día y su forma de hablarme me horrorizó. Explicaba las cosas una vez y no admitía ningún fallo, me miraba por encima del hombro y ponía los ojos en blanco cuando yo dudaba en algo. Esa forma de tratarme no cambió con el tiempo. De hecho, al principio llegué a pensar que se trataba de algo personal, hasta que el resto de la plantilla me puso en conocimiento de que esa era la tónica habitual, cosa que yo también comprobé por mí mismo.
Al cabo de un par de meses o menos, yo ya conocía al dedillo todas las tareas y las desempeñaba con total solvencia. Por lo cual, su actitud conmigo, se volvió algo más cordial, aunque lejos de ser agradable. Yo ya me sentía muy seguro de mí mismo y decidí responder a sus desaires y provocaciones con sarcasmo y un tono algo burlón, que ella al principio solía responder arqueando una ceja, hasta que pareció asumir mi nueva actitud y a veces incluso parecía escapársele una sonrisa involuntaria.
Un día, formando a una nueva incorporación, una chica joven muy callada y con el semblante tímido, Fani comenzó a hablarle mal y a levantarle la voz delante de la clientela. Yo intervine, sonriendo, para quitarle hierro:
- No le hagas caso. Tiene corazón, lo que pasa es que siempre se lo deja en el coche.
Fani se empezó a reír y me llamó "hijo de puta".
- ¿Lo ves? Si hasta sonríe. - Y sin pensarlo dos veces, empecé a picar con mi dedo índice uno de sus costados. Ella saltó doblándose hacia un lado, reacción que me sorprendió, así que lo volví a hacer mientras me partía de risa.
- ¡Para! Óscar, para, ¡que te reviento!
Se quiso poner seria, pero la risa se le había escapado y se empezó a ruborizar. La chica nueva se limitó a sonreír mientras contemplaba la escena y algunos clientes también rieron por lo bajo, pero como había bastante trabajo, seguimos con el servicio, sólo que esta vez me dediqué yo a enseñar a la chica nueva.
En un momento en el que Fani no escuchaba, me acerqué a mi nueva compañera y le dije, bajito:
- Si nos vuelve a hablar mal, ya sabemos cuál es su punto débil.
Ella se echó a reír.
Fani cambió de trabajo al poco tiempo y más tarde, lo hice yo. No he vuelto a coincidir con ella, más que un par de veces que me la crucé por la calle y a duras penas me devolvió el saludo. Espero que recuerde el día en que descubrí sus cosquillas.
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