El día que descubrí mi lado ticklee (F/M)

Desde que tengo memoria me apasionan las cosquillas y los pies femeninos. No sabría decir un detonante, pero sí recuerdo escenas de películas que me hacían centrar toda mi atención en ellas o mirar en verano los pies de las chicas por la calle. No entendía esa atracción, pero tampoco me molestaba tenerla.

Fue ya en mi preadolescencia y adolescencia cuando tuve mis primeras experiencias con amigas o con mis primeras novias, haciéndoles cosquillas o jugando a hacérnoslas, pero mi principal atracción siempre fue ser yo el que las hacía. Tengo que decir que, cuando me hacían cosquillas, también sentía una gran atracción, puesto que se desencadenaba una situación en la que éstas tomaban protagonismo, además de que me daban la oportunidad de hacer cosquillas o de hablar de ellas. 

Pero no fue hasta el año 2008, teniendo yo apenas 20 añitos, que me di cuenta de que sentirme a merced de una chica haciéndome cosquillas me resultaba muy excitante.

Unos amigos y yo pasábamos las fiestas de la Semana Grande de una ciudad de Bizkaia alojados en una pensión. Habíamos estado la semana anterior haciendo turismo y esa la dedicamos exclusivamente a divertirnos. Salíamos cada vez que podíamos a las txosnas y no tardamos en conocer a un montón de gente con la que entablamos gran relación. 

Una noche, durante un concierto en una txosna, yo no dejaba de mirar a una chica que se encontraba en el grupo con el que habíamos hecho amistad unos días antes, pero con la que no había interactuado. Era de mi edad, delgada, tenía el pelo liso, castaño oscuro, la sonrisa ancha y unos preciosos ojos azules que no paraban de coincidir con los míos, dándose cuenta de que no dejaba de mirarla. 

He de decir que fue ella la que se acercó a mí y empezó a hablarme. La llamaremos Leire, aunque no se llamaba así. Era muy simpática y muy guasona, no tardó en sacarme parecidos, en ponerme un mote y en reírse de mi timidez. En poco rato de conversación ya nos estábamos besando y agarrándonos de la cintura. Ella seguía bromeando. No recuerdo muy bien cómo fue, pero le acabé diciendo que dejara de meterse conmigo, en clave de broma y fingiendo que me ofendía, entonces creo que la agarré de la cintura y empecé a hacerle cosquillas. Ella me miró, riéndose, pero no por las cosquillas.
- No tengo cosquillas. - Me dijo burlándose de mí.
- No me creo que no tengas nada de cosquillas. - Le dije, insistiendo.
- Sólo tengo en los pies.
- Pues te hago en los pies. - Le dije de broma.

Suelo recordar muy bien los diálogos que están relacionados con cosas que me interesan, pero de esto hace tanto que estoy intentando hacer una recreación aproximada. Además, entonces bebía y esa noche ya debía estar algo ebrio.
El caso es que anduvimos toda la noche por ahí, charlando y conversando hasta que se nos hizo de día, pero aquello quedó ahí.

Creo que quedamos al cabo de un par de días por la mañana, ella vino a la pensión donde nos encontrábamos alojados mis amigos y yo. Era una habitación grande con varias camas, creo que tres. Yo estaba descalzo, tumbado en mi cama y no sé muy bien cómo, ella acabo sentada, con la cabeza recostada a la altura de mis tobillos. Mis amigos estaban en la habitación con nosotros, preparándose para salir porque querían dejarnos solos y porque habían quedado para comer, pero la cosa se estaba alargando. Aún así, Leire estaba muy simpática y no paraba de bromear conmigo como la otra noche. 
En un momento dado, se giró hacia mis pies y empezó a tocarlos. No con la intención inicial de hacerme cosquillas.
- Qué pies más grandes. Son como mi cabeza. - Me empezó a hacer comentarios así.

Sus dedos alargados agarraban mis pies y el tacto de sus yemas en mis plantas hicieron que empezara a moverlos de un lado para otro de forma instintiva. Se empezó a reír y a decirle a mis amigos:
- ¿Qué le pasa a vuestro amigo en los pies?
El hecho de que estuvieran ellos me avergonzaba un poco, pero me estaba encantando la situación y no quería que parara. Finalmente, mis amigos se marcharon entre risas, gestos y guiños: "Os dejamos solos, portaos bien", o algo por el estilo.

Aunque nos acabábamos de quedar solos, ella siguió jugueteando con sus dedos en las plantas de mis pies mientras yo me revolvía tratando de no darle una patada. 
- Te mueves como un gusanito.
No recuerdo exactamente cuánto rato estuvo haciéndome cosquillas en los pies, pero fue bastante. En aquél entonces, la masculinidad frágil propia de mi juventud me impedía reírme a carcajadas, así que yo trataba de aguantar la risa y eso suponía para ella más motivo de diversión.

Entonces fue cuando me di cuenta de lo excitante que me suponía ver a una chica reaccionando a mis reacciones y haciéndome sentir vulnerable a sus cosquillas. Lo cierto es que mucha gente, incluso personas con cosquillas, se sorprenden al ver lo cosquilloso que soy. Esa forma de centrar su atención en esa parte de mí, siempre me ha encantado y me di cuenta ese día. Había una pequeña parte de humillación, si es que se le puede llamar así, que no llegaba a ser hiriente ni demasiado exagerada, yo diría que bienintencionada. Eso me excitó y quería más. 

- ¿Por qué me torturas así? - Le dije.
- Ay, pobrecito mío, ya paro.
Entonces recordé sus palabras de la otra noche y le dije:
- Te recuerdo que tú también tienes cosquillas en los pies. SÓLO en los pies. 
- Ay, pero es que tú eres muy gracioso. 
Al ver que dejaba mis pies y se tumbaba a mi lado, no quise dejar el tema.
- Yo no, yo no tengo cosquillas. Bueno, sólo en los pies, también, que conste.
- ¿Sólo en los pies?
Y empezó a picarme los costados y el abdomen.
- Mira, mira, es que te remueves como un gusanito, jajajaja.

Entonces nos empezamos a besar, yo ya estaba muy excitado y me apetecía mucho besarla, aunque ella tomó la iniciativa (como me ha pasado casi siempre). Ese día no hubo más cosquillas. Si acaso, alguna furtiva. Tampoco las hubo aquél año, pero Leire y yo nos volvimos a ver varias veces y sí que las hubo, además de que tuve la oportunidad de vengarme. Pero eso ya lo contaré más adelante.

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